La situación más estimulante como docente que he sentido nunca fue en un curso de habilidades comunicativas que impartí a mandos intermedios de una compañía naviera. Eran días intensos, de ocho horas de formación diaria con un descanso de una hora para comer.
Por la tarde, ya cansados, les pregunto a qué se dedican ellos (una pregunta paradójica, ya que estaba claro que se dedicaban al transporte marítimo). Me contestan que a transportar personas, mercancías y vehículos. Yo les contesto que no, que no llevan eso solamente, sino que también llevan historias.
Ante sus caras de perplejidad, les muestro un vídeo llamado Every Life Has a Story, que les recomiendo que vean antes de seguir leyendo.
Cuando termina, les doy mi visión del significado de su trabajo: ellos transportan a personas que viven en otra isla y que, después de una semana intensa de trabajo, se van a reunir con sus familias. Transportan a personas que empiezan una nueva vida en otro sitio; a jóvenes que comienzan sus estudios o van a buscar una nueva oportunidad laboral, a personas preocupadas porque van a hacerse pruebas médicas… La cantidad de historias personales que suceden en un barco, en un aeropuerto o hasta en una cafetería de cualquier lugar es inmensa. Solamente hay que saber verlo.
Cuando termino, dejo de mirar al infinito y miro al público: la mayoría de ellos tenían una emoción indescriptible en la cara; a algunos se les caían las lágrimas; otros, visiblemente emocionados, intentaban controlarse. Esa sensación de conexión humana es indescriptible. De hecho, ahora mismo, que estoy escribiendo estas líneas, me emociono de nuevo. Han pasado seis años de aquello, y aún me estremezco cuando lo recuerdo. No, no es buscar la emoción a cualquier precio, es conectar con el otro, y eso es IMBORRABLE.