Los medios de comunicación de masas aborregan a la sociedad. Esta frase se repetía como un mantra antes de que la eclosión de las redes sociales “repartiera las culpas” entre los medios tradicionales y los medios digitales. Como en su día pasó con la televisión, parece que hoy el origen de muchos males sociales está en el uso de internet y las redes sociales. Sin embargo, yo creo que el origen de estos “males” no está en la herramienta que usemos, sino en el uso que le damos, y es por lo que hoy quiero escribir sobre lo que denomino alfismo, la tendencia que tenemos a presentarnos socialmente como “hombres y mujeres ALFA” delante de nuestros semejantes.
Una de las causas que creo importantes para el fenómeno del alfismo es la propia revolución social que hemos sufrido desde la Caída del Telón de Acero en los años 90 y los fenómenos sociales posteriores: estamos en una época de cambios muy acelerados (lo que Bauman denominó Modernidad Líquida), en los que es difícil mantener un paradigma vital que no sea vapuleado constantemente por los acontecimientos. Ante este tiovivo de cambios, parece que la adaptación de muchas personas es afianzarse en un sistema de valores y creencias pre-establecido, con modificaciones mínimas y, muchas veces, negando las evidencias contrarias a nuestro sistema personal de creencias. Esto pasa con mchas cosas: religión, ideología política, igualdad de género, cuestiones relacionadas con la realidad LGTBI, animalismo, etc. Si alguien del “otro bando” tiene una conducta o comentario que juzgzamos como inapropiado, no nos tiembla el pulso en atacar de lleno a todo el colectivo, recordándole todos y cada uno de sus errores históricos, ante lo que personas del “otro bando” suelen responder con el ya clásico “ustedes, más“, sacando del baúl de los recuerdos todos los desmanes posibles del contrincante. Lo irónico del tema es que todos exigen respeto, mientras que muchos faltan al respeto a los demás. Yo respetaré cuando me respeten a mi; pues mire, quizás mi concepción del respeto es distinta a la suya, pero para mi el respeto empieza siempre desde uno/a mismo/a hacia los demás.
El caso es que, en medio de batallas cruzadas en las redes sociales (¿dónde habrán quedado esas charlas serenas y profundas en un descampado, mirando las estrelllas mientras hacíamos botellón bebíamos roobios con frutas silvestres?) las posturas se radicalizan. La ortodoxia de cada grupo vence, cada grupo jalea a sus pesos pesados para que noquee al adversario y los comentarios que no se ciñan estrictamente al cánon grupal son obviados y atacados.
La duda está mal vista; se plantea como un signo de debilidad, de inmadurez, de falta de información o de todo a la vez. La crítica a comportamientos u opiniones del bando propio son sinónimo de traición, porque parece que no interesa tanto construir la verdad entre todos y todas, sino que el objetivo es derrotar al adversario ideológico. Nos resistimos a aprender, queremos enseñar a los otros (pobres infelices) la verdad de la vida.
Y aquí, en estos rings ideológicos montados al albor de un post en una red social es donde los alfistas se mueven como pez en el agua, respaldados por dos pilares: su validez aparente (persona formada, culta, que sabe expresarse) y su ortodoxia a las creencias del grupo. Pobre de aquel o aquella alfista que no guarde la más absoluta ortodoxia con respecto al pensamiento grupal: pronto sufrirá un golpe de estado. En cambio, aquellos alfistas triunfadores en la batalla, probablemente se irán a la cama con la satisfacción de haber acumulado más “Me Gusta” o retuits que el contrincante, pero probablemente habrá aprendido poco o nada; lo más seguro es que se vaya, ech, habiendo profundizado aún más en su estrecho punto de vista. C’est la vie.